El mundo está siendo sacudido por una crisis financiera de magnitudes verdaderamente espantosas… especialmente horrorosa por ni siquiera saberse de qué magnitud final estamos hablando. En la prensa cuando describen su origen, generalmente se habla de las hipotecas otorgadas con tasas de interés iniciales preferenciales a compradores de vivienda sin mayores recursos (sector subprime) y que cuando ahora llega el momento contractual de aumentar tales tasas, da lugar a que caigan en mora, masivamente.
Eso no es toda la verdad. Dichas hipotecas que antes de nada fueron muy mal otorgadas hubiesen en otras épocas terminado por sólo afectar al banco local que las negoció. No obstante, lo que ocurrió ahora es que tales hipotecas se empaquetaron en unos instrumentos financieros que recibieron una muy buena calificación de parte de las agencias de crédito y lo que les permitió acceder a los mercados financieros globales. Por cuanto tales instrumentos ofrecían unos mejores rendimientos a los inversionistas con un aparentemente bajo nivel de riesgo, la demanda por estos papeles creció y creció. Para satisfacer tal demanda, sólo había la posibilidad de producir hipotecas peores y peores... hasta que tardíamente se descubrió que el rey estaba desnudo.
Uno de los mercados inmobiliarios más tranquilos de las últimas décadas ha sido el de Alemania, pero irónicamente el primer banco en caer a causa de haber invertido en estos papeles con respaldo inmobiliario, fue justamente un banco alemán. Digo esto por cuanto es un buen indicativo de la capacidad de contagio que existe en el mundo global actual y por lo cual a muchos de nuestro acomplejado gobierno les haría bien callarse y no regocijarse sobre los problemas de otros.
La pregunta que hoy se hacen todos es la siguiente: ¿Si los bancos de inversión y las agencias calificadoras de crédito tienen acceso a los mejores profesionales de las finanzas cómo pudo esto ocurrir? La respuesta es…el haber obligado a la banca a irse por un solo callejón.
Después de las crisis bancarias a finales de los años ochenta y principios de los noventa del siglo anterior, los reguladores bancarios en el mundo decidieron arrogantemente eliminar el riesgo bancario de la banca. A tal fin los reguladores le impusieron a la banca unos requerimientos mínimos de capital de acuerdo al riesgo de los créditos otorgados y para determinar esos riesgos dieron un poder casi omnipotente a las calificadoras de crédito.
En otras palabras, los reguladores enviaron su mensaje García al mundo de que era factible medir el riesgo… y poco a poco el mundo se lo fue creyendo.
Pero como sólo hay tres calificadoras de crédito y que además se observan mucho entre sí, igualmente poco a poco se fue perdiendo la biodiversidad de opiniones, que es lo único que garantiza que los gritos de "el rey está desnudo" se lancen con la frecuencia necesaria.
¿Y qué tiene eso que ver con la democracia? Pues bien, si los mejores profesionales del mundo son capaces de equivocarse por completo por culpa de un sistema que elimina la diversidad de opiniones y obliga a seguir los criterios de unos pocos… ¿Qué le puede quedar a un país donde hay que seguir la opinión de uno solo?