Lo menos que busco con estas líneas es transmitir algo de sabiduría, ya que estoy muy consciente de cuán correcto estaba Herman Hesse cuando en Siddharta escribía que "La sabiduría no es comunicable. La sabiduría que un erudito intenta comunicar, siempre suena a simpleza".
Y mucho menos aún busco transmitir algo, como un sabio, ya que reconozco muy bien la imposibilidad de serlo; tan claramente resumido por Sócrates cuando argumenta que la única posible sabiduría humana es saberse no sabio o sólo poseedor de una sabiduría absolutamente carente de valor.
Pero tanto ustedes como yo, quizás no en nuestras mentes, pero sí definitivamente en nuestros corazones, no obstante sabemos, o intuimos, o queremos creer, que existe alguien que es más sabio que otro. ¿Dónde? No sabemos, seguramente no entre los sabihondos. ¿Cómo llegó a serlo? El suponer que tiene que ver con Dios es un buen comienzo.
Digo todo esto por cuanto en un mundo de tanta información y de tantos conocimientos, vez tras vez nos enfrentamos al dilema de si los conocimientos bastan, entonces la sabiduría sobra y no vale nada; y temo que esas palabras encierran el peligro de que nos empantanemos para siempre en una dictadura del conocimiento.
No hay duda que nuestra sociedad está siendo cada día más arrinconada por los productores y los adoradores de la información y de los conocimientos, quienes no dejan el espacio suficiente para que los cuestionadores sitúen esa información y esos conocimientos en una perspectiva más correcta.
Lo anterior ocurre en todos los campos. Por ejemplo, en el área financiera ésa es la única explicación posible al hecho de que nuestros reguladores financieros hubieren asignado tan ingenuamente tanto poder de decisión sobre los flujos financieros a unas pocas y humanamente falibles calificadoras de crédito.
Qué lástima que nadie les leyó a los reguladores el siguiente extracto de la Apología de Platón, donde hablando como Sócrates dice. "Los artesanos; por el hecho de que dominaban bien una técnica y realizaban bien un oficio, cada uno de ellos se creía entendido no sólo en esto, sino en el resto de las profesiones, aunque se trate de otros asuntos bien complicados. Y en mi opinión esta petulancia echaba a perder todo lo que sabían".
¿Y cómo nos libramos de esa dictadura del conocimiento, sin tener que, como algunos de nuestros primitivos, recurrir a ese remedio peor que la enfermedad que sería el culto a la desinformación y al desconocimiento? No es fácil, pero por lo menos creo que tenemos un mejor chance de ello si nos dedicamos a impedir la configuración de mayorías tecnócratas incestuosas en nuestros órganos de decisión. Equipos multidisciplinarios, con mucha variedad de experiencia y con mucha humildad, son los que deben configurar nuestras juntas y ministerios.
Introduzco el factor de humildad, por cuanto una de las principales razones por la que el mundo está pasando por la actual turbulencia financiera se debe a que muchos profesionales expertos simplemente no supieron o no se atrevieron a reconocer, como Sócrates sí supo hacer, que no entendían nada de lo que andaban aprobando.
Amigos, recordémonos que el no entender lo que pasa, no necesariamente nos hace menores entendedores de lo que pasa.