jueves, 23 de julio de 2009

El riesgo de no correr el riesgo de lo riesgoso

La actual crisis financiera se desata por inversiones financieras en activos de los más seguros, como hipotecas, y casas; en el país supuestamente más seguro, Estados Unidos; y en instrumentos de "cero riesgo", los calificados como AAA, que resultaron malos. Aun así, la inmensa mayoría de los expertos financieros, inclusive premios Nobel de Economía, explican la crisis como el resultado de una excesiva disposición al riesgo. Están muy equivocados, la crisis es obviamente el resultado de una muy mal dirigida excesiva aversión al riesgo. 

 Buscando facilitar que los bancos internacionales grandes pudiesen competir mejor con los bancos locales, así como queriendo acabar con las crisis bancarias, a los reguladores bancarios de algunos países desarrollados en el Comité de Basilea, a puerta cerrada y sin oír a otros, se les ocurrió la "brillante" idea de establecer unos requerimientos de capital para los bancos, que resultarían de la medición hecha por unas muy pocas calificadoras de crédito de unos riesgos de insolvencia mal definidos. 

No estamos hablando de una regulación insignificante. De acuerdo a las normas conocidas como Basilea II, que aplican o inspiran la regulación bancaria en la mayoría de los países, Venezuela inclusive, para poder otorgarle un crédito a una corporación, cuyo riesgo no está calificado, al banco se le exige poner el 8% en capital, mientras que si es para prestarle a una AAA sólo se requiere un 1,6%. Como entenderán, estas normas, aprobadas en junio de 2004, dieron inicio a una carrera desbocada en búsqueda de las AAA… y henos entonces aquí donde las pérdidas financieras globales en lo supuestamente sin-riesgos, supera con creces lo perdido en lo que se estimaba como más riesgoso… entre otras razones porque lo que se ve como más riesgoso ya de por sí estimula a tener más cuidado. 

Este sistema regulatorio sigue vigente hoy en día causándole inmensos perjuicios a la economía mundial. En la medida en que desmejoran la calificación de riesgos de sus deudores, los bancos deben conseguir más capital y, como el capital bancario anda escaso, buscan obtenerlo librándose de clientes, que por tener calificaciones de crédito aún peores, requieren de aun más capital. Con ello la clientela bancaria que se percibe de mayor riesgo, pero que es de igual o hasta de mayor importancia para la economía, queda expuesta a presiones adicionales, justo cuando menos puede con éstas. 

 Las empresas que están en dificultades y deben reestructurar sus pasivos son las que más se ven afectadas por este tipo de inventos de regulación puritana y metiche. Es obvio que si una empresa parece ser irrecuperable, lo mejor, para todos, es cortar por lo sano y rápido, pero si después de haberlo analizado su situación y se decide no obstante apoyar a la empresa, no tiene sentido imponerle mayores dificultades, tales como el exigirle a sus acreedores bancarios mayores requerimientos de capital. Debería ser justamente al revés, no sólo por cuanto estas empresas deben ser tratadas con toda delicadeza, sino por cuanto generalmente han sido mucho más estudiadas que la mayoría de las empresas que andan por ahí jactándose de representar cero-riesgo. 

 Es muy natural que los prestatarios cobren más o menos por un crédito de acuerdo a como perciben el riesgo del deudor, pero… ¿a cuenta de qué se mete un regulador de forma arbitraria en esas decisiones? ¿Acaso el puesto de trabajo en una empresa calificada como B es menos importante que el puesto de trabajo en una empresa AAA? 

 El riesgo es el oxígeno de todo desarrollo y, en tal sentido, resulta inaceptable un sistema de regulación bancaria dirigido esencialmente a buscar conservar lo ya desarrollado, lo que generalmente se percibe que representa menos riesgo. ¿Menos riesgo para quién? ¿Para el mundo? ¡Qué ilusos son! No hay nada más riesgoso para el mundo que el rehusarse a correr el riesgo de lo riesgoso. 

 Las calificaciones AAA, en apenas unos cuatro años, sin dejar mayor desarrollo en su estela, han llevado sobre el precipicio a más capitales de los que han sido prestados por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional juntos desde que se crearon hace más de sesenta años. Llevo años debatiendo estas regulaciones de Basilea en el Banco Mundial, en las Naciones Unidas y en la red… mientras que otros pierden su tiempo y nuestras resultas petroleras en absolutas irrelevancias como el Banco del Sur.