jueves, 26 de septiembre de 2002

Lo riesgoso del riesgo país

¡QUE HORRIBLE DEBE SER TRABAJAR como controlador aéreo! Cualquier pequeña equivocación puede provocar una horrible tragedia humana. Con razón dicen que estos profesionales se 'queman' rápido. Supongo que algo parecido debe pasarles a los calificadores de riesgo soberano... aquellos que con su cuidadoso juicio dictaminan el riesgo país.

La importante labor de las calificadoras de riesgo tiene dos funciones. La primera, aquella por la que se les paga, consiste en analizar si el deudor puede o no honrar su deuda, lo que determina si los fondos de pensión, bancos y empresas de seguro invierten o no en los papeles de ese país. La segunda función, más importante aún, consiste en transmitirle al gobierno deudor señales, que lo ayuden a mejorar su gestión.

¡Qué tarea más difícil la de los calificadores! Si se les pasa la mano y subvalúan el riesgo del país, éste seguro será inundado de préstamos y endeudado hasta el tequeteque, para luego tener que enfrentar una ola de ajustes. Si por el contrario, exageran el riesgo país, ello por sí solo puede causar una baja en las cotizaciones de la deuda, aumentar el costo de intereses para el país y dificultar su acceso a los mercados financieros, hasta el punto que la equivocación inicial, podría terminar siendo verdad. En todo caso, cualquier extremo suele acarrear hambre y miseria humana.

¡Qué pesadilla ser calificador! Imagínense tratar de conciliar el sueño, pensando en la posibilidad de que un juez, de los nuevos, que globalmente se inmiscuyen en todo, olfatee y determine que la quiebra de un país se debió a una equivocación o descuido suyo y proceda contra él por delitos de lesa humanidad. Si la responsabilidad de calificar a países soberanos fuese mía, buscaría asegurar un proceso totalmente transparente, aun cuando ello levante algo el velo de sofisticación de la profesión y me obligue a sacrificar parte de mi propio valor de mercado.

¡Qué suerte la nuestra, que no somos ni controladores aéreos, ni calificadores de riesgo soberano! Aun así, por cuanto podríamos ser víctimas de una de sus equivocaciones, aunque sea por instinto de sobrevivencia, nos conviene asegurarnos que ambos hagan bien su trabajo.

En recientes reportes de país observamos que luego de haberse introducido en una caja negra metodológica, producen finalmente, como por arte de magia, una calificación crediticia. Muchos de estos reportes me lucen similares a las críticas de películas, porque percibimos más el gusto personal del calificador por la manera de como los directores de un país buscan honrar sus compromisos, que un estricto análisis financiero de fondo sobre la capacidad que tiene o no el país de servir su deuda.

Lawrence Lessig, en su libro El futuro de las ideas , sostiene que una época se marca, no tanto por lo que se debate, sino por lo que se da por cierto y no se debate. En tal sentido, al existir el riesgo de que el 'riesgo país' se convierta en el principal riesgo del país, no creo que debamos asignarle tan alegremente un AAA a las calificadoras de riesgo.

miércoles, 14 de agosto de 2002

Guacara no es Basilea

 Guacara no es Basilea

 La cartera de créditos de la banca venezolana, que en 1982 ascendía a 16.000 millones de dólares, para Junio de 2002, en dólares constantes del 82, apenas alcanzó 3.300 millones de dólares, es decir, un 21% de la del 82.  Siendo el caso que niveles tan bajos como éstos no se veían desde finales de 1996.

 

En un artículo que publiqué en Junio de 1997, alerté sobre el peligro de que ante el pánico de caer en otra crisis bancaria, fuéramos a exagerar las regulaciones bancarias, olvidándonos de la función principal de la banca, que no debe ser otra que la de ser un agente activo en el desarrollo económico del país y para lo cual se le otorga la licencia. 

 

Desde ese entonces, he argumentado en múltiples artículos, que tenemos que cuidarnos de las normativas bancarias de Basilea, que como parte del proceso de globalización, buscan ser impuestas en todo el mundo, ya que éstas, si bien pueden ser lógicas para un país desarrollado, que quizás sólo busca cuidar su dinero, pueden resultar demasiado estrictas para un país en vías de desarrollo, como el nuestro.

 

Entenderán entonces el porqué de mi angustia, cuando en una entrevista publicada a página completa en un diario nacional, el nuevo superintendente de bancos no mencionó ni una palabra sobre cómo la banca puede fomentar el crecimiento económico y se limitó a declarar sobre aspectos restrictivos de la regulación, con frases como: “nosotros somos el aliado estratégico del sistema para garantizar los depósitos…” y  “me he trazado el objetivo de adaptar la normativa del sistema a los principios fundamentales de Basilea”.

 

Ante la profunda crisis económica en la que nos encontramos sumergidos, si yo fuese superintendente, por el contrario, no haría otra cosa que tratar de determinar si las regulaciones actuales pudieran, de alguna forma, estar frenando innecesariamente el otorgamiento de créditos y, de ser así, procedería a modificarlas… diga lo que diga Basilea.

 

En todo caso, debe señalarse que el impacto que pueda tener uno u otro tipo de regulación bancaria en la salud del sistema financiero, siempre será infinitamente menor que el que tiene el estado real de la economía en la que se desenvuelve la banca.

 

Si hay algo preocupante de la globalización, es que aquella categoría de peligrosos funcionarios públicos, que se limitaban a desarrollar normativas desde sus oficinas con aire acondicionado en Caracas, ignorando el mundo real, hoy siguen en lo mismo, pero desde oficinas aún más remotas… en Basilea.